Inculcando la depravación del "deporte de la caza" a temprana edad
(NRA, USA)
Se estima que cada año mueren 48 mil millones de animales, sí, has leído bien, 48 mil millones de criaturas, como resultado de actividades humanas que van desde las granjas industriales hasta la caza, el comercio de artículos de piel, la explotación comercial de varios tipos y la investigación biomédica. Esto significa que 130 millones de criaturas mueren cada día, incluyendo pájaros, vacas y cerdos, todos ellos animales notablemente sociables.
La forma en la que matamos a los animales (quizá asesinato es una palabra más adecuada), ya sea si los atrapamos o los mantenemos cautivos, en tierra, mar o aire, es asombrosa. Lo hacemos masivamente y de maneras que están tan institucionalizadas y aprobadas por la “tradición”, que sólo una minoría llega a darse cuenta de la envergadura de esta tragedia. Así, ya desde la era de la pesca moderna que comenzó hace 200 años hemos ido progresando vertiginosamente hacia un esquilmado absoluto de los océanos, en apariencia reservas infinitas de vida, y hemos convertido muchas regiones marinas en lo que Farley Mowat ha designado tan acertadamente como “mares de matanza”. Y, para dar otro pequeño ejemplo, sólo en los Estados Unidos se matan cada año 50 millones de pavos únicamente para el Día de Acción de Gracias, para conmemorar una fecha cuya significación histórica es cuestionable y que, a pesar de que las víctimas sacrificadas han pasado de un puñado a decenas de millones, no provoca introspección alguna. Desgraciadamente, estos incidentes no son más que una pequeña gota en un mar invisible de abusos cuyas raíces reales se remontan a nuestros albores como especie con pretensiones de "dominio” sobre la naturaleza.
Cuarenta y ocho mil millones de animales es una cifra aplastante, sin embargo esta cifra, que muchos expertos tildan de conservadora, no incluye a los animales muertos o maltratados como resultado de la destrucción de su hábitat, la extensión de la contaminación, las actividades recreativas aparentemente “inocuas” como la pesca deportiva y el choque de los animales con la "modernidad" (hasta 250 millones de animales mueren anualmente en las carreteras únicamente en Estados Unidos). En realidad, no sólo nos hemos convertido en la más implacable tiranía sobre toda criatura sensible en este planeta, incluyendo muchos segmentos de nuestra propia estirpe, sino también en un cáncer virulento y autojustificado que se extiende a sí mismo impunemente sobre todos los rincones de la Tierra.
Es hora de retomar posiciones
Hoy en día, como resultado de la devastación ecológica masiva y otras cuestiones relacionadas provocadas por la industrialización desenfrenada, aquellas y aquellos que se autodenominan progresistas no pueden permitirse el seguir pretendiendo que un sufrimiento a una escala tan atroz no es más que un asunto secundario, o la preocupaciones de adinerados diletantes con poco interés en otros temas sociales.
Debido a la profundamente arraigada herencia del “superhumanismo” filosófico del siglo 18 (el hombre es “la medida de todas las cosas” y el resto de toda esa basura auto laudatoria) que, dicho sea de paso, surgió como respuesta a una forma más acusada de estupidez humana, a saber, conceder a Dios y al Rey el control absoluto sobre los actos humanos), la izquierda continúa respaldando o consintiendo ahora actitudes de supremacía sobre los animales. Esta ceguera moral es inexcusable para quienes se consideran correctamente a ellos mismos como la vanguardia moral de la humanidad. [Por ejemplo, mira el artículo Rethinking Revolution: Animal Liberation, Human Liberation, and the Future of the Left de STEVEN BEST . Es posible que sea un reto para muchas cosas que das por sabidas.]
Pues lo que subyace a todo esto es que el especismo (una forma solapada de fascismo humano aplicado a los animales y a la naturaleza en general), es con mucho la forma más antigua y generalizada de tiranía brutal conocida en nuestro planeta. Y no utilizo la palabra “fascismo” como hipérbole en este contexto o con fines efectistas. Ojala fuera una hipérbole. Una de las cosas que destaca al fascismo es su creencia en las proclamaciones unilaterales de superioridad por una cierta raza o estirpe, otorgando con tal espuria superioridad a dicha raza el “derecho” a dominar, explotar y aniquilar a voluntad cualquier grupo juzgado “inferior”. Si esto no describe con elocuencia nuestro despreciable comportamiento respecto a los animales no humanos, no sé entonces cómo puede describirse.
Soy bien consciente de que sacar a relucir este tema equivale a meterse en problemas. La lucha por la expansión del reino de la moral a los animales (o el hacer esta inclusión una cuestión de derechos) levanta profunda animadversión, muy enraizada incluso en mucha gente que en otro contexto se definiría como un progresista con carné o, como a nuestros oponentes políticos les gusta decir, como “corazones sangrantes”. Pero me temo que el sangrado del corazón humano en la mayoría de los casos no abarca el sufrimiento de otros seres sensibles, especialmente aquellos a quienes la tradición ya ha etiquetado como “animales de granja”, como si tal categorización por sí misma hubiera borrado cualquier rastro de lo que cualquiera podría reconocer como una tiranía digna de la peor pesadilla.
No pretendo ofender a nadie que lea este blog, pero he pasado por esto antes y sé lo que pasa en estos casos, lo que trato de decir aquí es que me resigno a ver aparecer el sarcasmo, la mofa, la frivolidad, la pereza intelectual y, por qué no decirlo, incluso la falta de honestidad intelectual, pues tal es la respuesta que cabe esperar desde las abundantes reservas de chauvinismo humano que aflige a tantos miembros de nuestra especie.
Los más creativos [de mis inevitables críticos] esconderán sus prejuicios fingiendo alarma ante el hecho de que haya unido las palabras “fascismo” y “especismo”. En fin, tengo algo que decir a estas personas que tan fácilmente se ofenden: abusar del lenguaje es darle la vuelta para lograr exactamente lo contrario de lo que las palabras inicialmente querían decir; o bien perseguir lo que justamente podría calificarse como un objetivo ruin. Bush y su despreciable camarilla, como todos sabemos, son un claro ejemplo de esto: en los labios de “el que decide”, palabras como libertad, democracia y justicia, por no mencionar un trato digno a los más desfavorecidos, no son más que herramientas de la manipulación para apuntalar la agenda de una plutocracia desquiciada y criminal que lleva al mundo cada vez más cerca de una guerra total. Pero, ¿qué estoy proponiendo aquí? Piensa en ello sólo por un momento. Es algo que todos vosotros deberíais apoyar, una extensión de la compasión, o al menos el beneficio de la duda cuando se trata de inimaginables cifras de criaturas a quienes se está dando muerte. En otras palabras, estoy abogando por una reducción en la descomunal cantidad de violencia que ya soporta este planeta, al menos la violencia de la que nuestra especie es responsable. ¿Dónde está aquí la inversión de significados? ¿Dónde está esa indignante traición del lenguaje? ¿U ocurre que al decir “fascismo” y “especismo” de una sola vez estoy consiguiendo herir las sensibilidades de demasiados puristas a quienes se les ocurre llegar a este olvidado blog?
Las palabras cambian, se vuelven obsoletas, pierden y ganan significados y connotaciones y, algunas veces, mueren, igual que mueren las cosas o las realidades para las que inicialmente fueron creadas. Por otra parte, así como existen muchas variedades de capitalismo, socialismo y comunismo, también las hay de fascismo. Algunas de ellas tienen todas las papeletas para ser consideradas como "fascismo clásico”, las botas militares, la corporativización abierta del estado y todas esas cosas, tal como las hemos conocido. En otros casos es más bien una visión del mundo que abarca todas las cosas, un sistema de valores, una ideología soterrada que justifica un código de tratamiento maligno. Pero aquí está lo que tenemos que recordar: las botas, las marchas, las guerras interminables, la repugnante violencia, la parafernalia del fascismo y la fascinación por la muerte... todo eso no puede ocurrir en ausencia de una ideología que tiene sus raíces en la opresión de los demás en virtud de una declaración unilateral e interesada de superioridad. Así, es innegable que el concepto central que da vida al especismo es el mismo que encontramos detrás del racismo, el clasismo y el machismo. Todos ellos se alimentan en el comedero del odio y la profunda falta de empatía hacia "el otro".
Ahora, como bien hemos aprendido, el chauvinismo humano está profundamente arraigado e invade hasta el último rincón de lo que -de manera optimista- seguimos llamando civilización, y así ha hecho durante milenios. Nadie es inmune a esta infección, incluyendo a todos los colegas que se consideran impecablemente “progresistas”. De hecho, es desde estas filas desde las que a menudo llegan los peores y más burlones epítetos. El argumento habitual es que los progresistas, siempre con pocos recursos para combatir la barbarie, tienen mejores cosas que hacer que ocuparse de “simples” pollos o vacas. La compasión por estos animales obviamente se ha ido por la puerta, es perecedera, divisible y cómodamente compartimentable de acuerdo con la inclusión o exclusión en ciertas categorías de privilegiada capacidad de sentir. Obviamente, no ven (o no quieren ver) los paralelismos con tantas otras luchas a las que han rendido homenaje o en las que han participado, ni tampoco quieren ver la liberación de los animales como parte integrante de una agenda medioambiental seria. En lugar de eso, trazan una línea y la razón, la bondad y la más elemental justicia se escapan por la ventana.
Pero estas posiciones tan cortas de miras e intelectualmente perezosas quedarán sin duda al descubierto, ciertamente más pronto que tarde, y todos podrán ver la pretenciosa farsa que son. Pues ahora, en la era de una industrialización completamente desquiciada con un sistema global que proclama descaradamente como su principio rector la persecución de un crecimiento infinito a cualquier coste, en un planeta que para cualquier persona sensata es frágil y muy finito, la tiranía del humano sobre la naturaleza ha adquirido proporciones monstruosas. Las colosales dimensiones de la explotación animal con métodos industriales y la desaparición de una especie después de otra dan triste fe de ello.
A la vista de estos hechos incuestionables, nadie con el mínimo decoro podría dar su espalda a este conocimiento. Por lo tanto, es el deber de todos los progresistas el reexaminar su concepción sobre los animales, sobre su conducta cotidiana a la hora de elegir comida o ropa y formas de transporte, y de unirse a esta lucha. Al hacerlo, darían nuevas fuerzas al movimiento ambientalista, haciéndolo menos frío y abstracto y más apasionado, pues si bien luchar por la naturaleza es un reto noble y urgente, luchar por los hijos oprimidos de la naturaleza es una cuestión de justicia largamente atrasada.
—PG
Patrice Greanville es el director, fundador y editor de Cyrano's Journal Online. Se le puede contactar en
Traducción del inglés [He Who Says Speciesism, Says Fascism] hecha por Rafael Boró.